Hay muchos que dicen que esto del acoso ha sucedido siempre y otros que se trata de un fenómeno actual. Pero de lo que no cabe duda es de que la violencia en las aulas –o el bullyng- es uno de los problemas latentes de la Educación. Un problema que, aunque minoritario, resulta difícil de cuantificar debido a que los alumnos agresores, los testigos y las víctimas tienden a negar que les afecta dicho problema. El segundo Informe del Defensor del Pueblo en 2007 a este respecto, o el famoso X Informe Cisneros, sin embargo, pusieron sobre aviso la violencia escolar en España.
En la Comunidad Valenciana, más del 80% de los alumnos de enseñanza secundaria afirma ir “a gusto” al centro de enseñanza secundaria, mientras que sólo un 10% manifiesta tener alguna situación conflictiva. No obstante, el 25% de los alumnos considera que no hay un clima agradable en el aula, mientras que la mayoría insiste en que el profesorado debería mostrarse “más comprensivo”. Aunque los psicólogos invitan a no alarmarse porque las cifras son muy bajas en España –en torno al 4%-, varios suicidios –como el de Jokin– o el uso de las nuevas tecnologías –como mensajes de móviles o palizas filmadas que se cuelgan en Youtube- como instrumento de acoso provocaron una conmoción en la comunidad educativa.
La abundante información que ha surgido desde que el fenómeno saltó a los medios de comunicación ha facilitado iniciativas como la del proyecto Enrédate de UNICEF, líneas telefónicas de ayuda contra el acoso o páginas web con información sobre lo que debe hacerse en caso del llamado bullying. La creciente conciencia social en toda Europa ha provocado que a menudo se lleve algún suceso de esta índole a los titulares de los telediarios. Los que parece que no se han concienciado son los acosadores, si bien ya es posible condenar a los menores a un régimen de libertad vigilada, internamiento, permanencias de fin de semana, prestaciones a la comunidad o actividades socioeducativas.
La asignatura pendiente 